Elegir la aerotermia como sistema de climatización significa a la vez responsabilidad medioambiental y sentido de inversión a largo plazo.
Sabemos que la energía ni se crea ni se destruye, tan solo se transforma; así que para obtener temperatura será imprescindible por un lado una fuente de energía y por otro, un procedimiento que la convierta en calor. Desde la Edad de Piedra los seres humanos no hemos hecho otra cosa para soportar los rigores del frío que transformar en cenizas y humo todo lo que pudiera arder con el fin de subir la temperatura de un habitáculo. Cenizas son los restos de las hogueras más primitivas y humo de dudosa composición es la boina que cubre las ciudades.
Si pudiéramos preguntar a un físico eminente qué sistema de climatización elegiría para su hogar, su alternativa sería tan de sentido común como la nuestra: un sistema que equilibre el mayor rendimiento posible con el menor gasto viable de energía.
La climatización por aerotermia es precisamente eso: la energía contenida en el aire es aprovechada gracias a un circuito de gas comprimido; no importa cuán frío sea el aire exterior, siempre tendrá energía que podrá ser extraída para trasladarla al interior de casa porque el gas que la transforma es mucho más frío que el aire.
En un mundo recalentado, la aerotermia no devuelve calor, no deja residuos, no precisa ni de aspiradoras ni de chimeneas; es confort, confort con energía… sostenible.